Convertir la piedra en pan

El vínculo entre las piedras y la humanidad comenzó hace más o menos tres
millones de años, mucho antes de que como especie tuviéramos conciencia
de la historia, incluso antes de que desarrolláramos las habilidades que nos
permiten comunicarnos a través del lenguaje. Las entrañas de la roca fueron
nuestro primer hogar, y del reino mineral obtuvimos nuestras primeras
herramientas, nuestros primeros lienzos y varios miles de años después
nuestros primeros libros.

En Mesoamérica, son las piedras quienes más nos han revelado sobre el
mundo simbólico, las creencias y la vida cotidiana de las culturas que
habitaron las tierras que hoy conocemos como México y América Central.
Conscientes de la permanencia de la roca, nuestros ancestros dejaron
plasmada su concepción de los mundos divinos y humanos no solamente en
los muros, los pisos y las columnas del patrimonio edificado: pirámides,
estelas, observatorios y otros recintos sagrados -hoy llamados zonas
arqueológicas-, sino en las pequeñas piezas elaboradas para uso personal que representaban más que ornamentos y joyería. Dijes, collares, lápidas,
máscaras funerarias, orejeras, instrumentos de caza y de cocina, urnas,
metates, pulseras y diversas tallas para ceremonias y rituales han sido
encontradas en estructuras habitacionales, cámaras funerarias y cenotes
como testimonios que han perdurado en el tiempo.

De manera simultánea, el arte lapidario ha sido transmitido ininterrumpidamente a través de generaciones, no sólo como una manera de
ganar el sustento diario gracias a la habilidad de dar forma a las piedras, sino
como el fundamento de diversas narrativas, conocimientos y mitologías.
Cintéotl, Quetzalcóatl, Tláloc, Mictlantecutli, Chaac, lxchel, Huehuetéotl,
Xochipilli y Xólotl son representaciones que hoy conocemos en buena parte
gracias al silencioso pero constante trabajo de quienes hacen cantar a las
piedras. Junto las sorprendentes obras monumentales, hablan las modestas
piezas de arte que millones de mexicanas y mexicanos hemos portado alguna vez como adorno, orgullosos de un pasado que a veces no alcanzamos a nombrar con palabras pero que subyace bien labrado en nuestra memoria. Desde una punta Clovis de obsidiana, hasta el templo de Kukulkán en Chichen ltzá, las piedras forman parte de nuestro acervo simbólico. No solo nos reconocemos en ellas, nos siguen ofreciendo desafíos ante conocimientos y discursos que tal vez nunca lograremos descifrar. Sin embargo, a menudo portamos esos dijes y collares sin saber de dónde
vienen, quién los hace o cómo se elaboran: pequeños xoloitzcuitles o
mazorcas de tezontle, colibríes, serpientes, ranas o chapulines de obsidiana,
perfiles mayas, nahuas u olmecas de cantera o m l quita, quetzales de jade
serpentino o turquesa. Testimonios todos de un Mex1co Profundo que espera
el tiempo propicio para emerger de entre la t1erra recuperar lo que por derecho le pertenece. Esta exposición es un reconocimiento a las y los artistas que no solamente tienen la habilidad de convertir la piedra en pan, sino que han mantenido viva la voz y la memoria mineral de nuestras ra1ces ancestrales.

ODILÓN MARTÍNEZ BARRERA

Es maestro artesano de lapidaria nacido en 1943. Creció con sus abuelos en la
localidad de Taxco, Guerrero, donde desarrolló distintos oficios en su adolescencia para obtener ingresos económicos, entre ellos; cortador de
caña, vendedor de frituras y nevero.

A. los 26 años pidió trabajo a una persona que se dedicaba a labrar la piedra y
fue así como descubrió su pasión de vida.

“Me di cuenta de que me gustaba labrar las piedras, transformarlas con mis ideas y, aunque no tengo una gran fortuna, he vivido en paz y feliz”.

Las primeras piezas que hizo el maestro Odilón fueron campanitas de cuarzo
amatista. En sus inicios hacía piezas pensadas en las infancias y posteriormente se inclinó por realizar figuras de las culturas mesoamericanas, inspirado en libros de arqueología que observaba de manera recurrente. También comenzó a replicar figuras de animales como armadillos, chapulines, cocodrilos, jaguares, chupamirtos y xoloitzcuintles.

Odilón Martínez ha trabajado gran variedad de piedras: cuarzo amatista,
cristal de roca, obsidiana, aventurina, mármol, serpentina, calcita, cristal de
roca, crisocola, piedra fósil, granito , ojo de tigre, concha, jade y jadeíta.

Residentes en el estado de Guerrero, Odilón y su hijo Héctor, a quien ha
transmitido el gusto por el arte lapidario, asisten a la Ciudad de México los
fines de semana desde hace más de 40 años, donde han construido una red
de intercambio de saberes y obra entre los maestros artesanos de la zona.

Actualmente, Odilón y Héctor Martínez son reconocidos por la comunidad
artesanal gracias sus aportes a la técnica y su creatividad, pero sobre todo
por su sensibilidad para compartir sus conocimientos y experiencia de vida.

Día a día, el maestro Odilón Martínez refrenda su energía, alegría y entusiasmo por ”convertir la piedra en pan”.

Galería de Imágenes

Vaquita, Caballo con jinete y vendedor.
1990.
Puebla.
Autor Desconocido.
Piedra pómez labrada.
Colección del MNCP.

Maya con ofrenda.
2022.
Taxco, Guerrero.
Odilón Martínez Barrera.
Piedra crisocola.
Colección Odilón Martínez Barrera.

Molcajete.
2024.
Nealtican, Puebla.
Oscar Fernández.
Piedra volcánica labrada.
Colección FONART.

Olmeca con ofrenda.
2023.
Taxco, Guerrero.
Odilón Martínez Barrera.
Piedra crisocola.
Colección Odilón Martínez Barrera.